Sufro con sólo pronunciarte. Eres el imperio de la barbarie: acoges, en el seno de tus agitadas noches, los más innobles de entre los hombres.
Tienes los ojos vacíos de luz, se te han marchitado todas las miradas. Tu rugosa piel lleva el nombre de los resegados, de los codiciosos.
Todos tus paisajes rugen de fuego. El sol te da muerte, a ti. Demasiadas cicatrices abiertas acechan tu futuro.
Abandonada estás, pisada y menospreciada. Ya no son lagrimosos tus ríos, ni verdes tus moradas.
Sabe a ceniza tu duro nombre. Las letras muerden la lengua: ¿van a cambiar los que te habitan? Llórales una noche más, algún niño escuchará tus sollozos.
Y si te ignoran es que poco aprecian como eres. Escóndete, huye, deslízate hacia las anchas aguas inabarcables; ellos harán silencio: el desprecio de los hombres no tiene fin.
