Rafael: ¿Podéis vos explicarme?
Marcos:
Extraño belleza entre el gris de la ciudad; busco libertad entre seres
condenados; siento angustia comiendo basura; se me estremece el corazón con el
dorado y el billete de la hipocresía; sólo encuentro corazones vacíos de amor y
llenos de ira; oscurecen mis ojos de llanto viendo maldad,... la tierra está
sepultada de sangre.
Rafael:
¿Y vuestra vida?
Marcos:
Un desierto. Necesito razones para continuar, para tener fe con lo que hago. Ya
no tengo esperanzas de que algo pueda cambiar... algún día...
Rafael:
Mostráis mucha pasividad. ¿Dejaréis que el odio domine vuestro días; que la
carne derramada sean vuestras visiones; alimentaréis la codicia del que os ata;
forjaréis vuestras propias cadenas; callaréis delante de la injusticia? ¿Seréis
cobarde? ¿Huiréis de la dureza de la vida? ¿Reafirmaréis vuestro silencio? Si
humano sois, utilizad vuestra razón, escuchad el corazón, y trabajad con manos
desnudas.
Marcos:
Señor, difícil tarea me pedís. Me rodea la duda. Tengo miedo, no quiero ser mal
visto, incluso vendería mi libertad por ser uno más sin destacar.
Rafael:
Entonces, largaros. No perdáis el tiempo. Venderos el alma y condenaros a un
eterno infierno sin paz. Vos mismo ignoráis vuestras palabras.
Marcos:
No quiero sufrir. Me niego a sentir más dolor.
Rafael:
Pero habéis elegido, y ya debéis saber qué deseáis. Cómo vosotros mismos os
condenáis.
Marcos:
Señor, quiero que me ayudéis, no quiero ser cenizas ni cena de un fuego de
ilusiones falsas. Perdonad mi insolencia, dadme una oportunidad, por favor.
Rafael: Cambiad el guión de vuestra historia, y cambiaréis
la obra.
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