diumenge, 19 de juny del 2011

Poe

Las cortinas no dejaban que Poe escuchara la luz del mundo. Cada nube gira en torno de sí misma, pero Poe callaba sus sentimientos y apaciguaba las palabras. Evitaba la luna y se escondía tras los largos ventanales de su habitación. Las estrellas, incluso, se habían dibujado en el techo debido a la humedad.
Era ya tarde cuando Poe, cansado de la víbora de su sombra, se disponía a cantar su melancólica composición para la noche. En cada atardecer conocía, irrepetiblemente, la soledad, siendo él un muchacho encerrado en el vacío de cuatro paredes rugosas. En esos muros su sombra era juguetona con la luz del sol, bailaba y aterraba a Poe con sus propias pesadillas, anticipando la noche.
En la lánguida brevedad del atardecer narraba sus pensamientos en los papeles ceniceros con montones de lápices pequeños. Poe era capitán sin tripulación. A veces dudaba de su rumbo. No deseaba para nada compañía, él era su subordinado más fiel. Provisiones de agua y restos de comida es todo lo que rescató de la bodega, era su más preciado tesoro en su travesía.
Fue muy repentino, Poe se encerró en su habitación tras una discusión, y decidió zarpar del mundo mediante su imaginación acostada cerca de la ventana, como si fuera un cuadro del mundo. Un mundo muy lejano, ya, para Poe.
Cantuseaba estribillos de las frases que soltaba con su llanto. La noche era el gran momento para desafiar la tenebrosa oscuridad; recogido y sentado en un recodo, el más oscuro en cada singular noche, combate la ausencia de luz con los guerreros alados de su ingenio.
Y así, con lagrimosos días y veladas nocturnas, la juventud de Poe quería consumirse. El muchacho odiaba la hipocresía y el mundo de apariencia que envuelven a los adultos; como buitres que degustan cadáveres de su ira… seres de cobardía muy lejos de un fruto que, a diferencia de ellos, empieza a madurar por dentro con un soplo, la dureza del vivir, hasta que la luz realza su dulzura y sus colores vivos.
Poe, el marinero soñador, amarró el barco de sus convulsiones donde la vida ya no podía broncearlo ni permitirle brotar como flor majestuosa.

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