dimarts, 21 de juny del 2011

La guerra

Temeroso escucho los sollozos de un niño. No cesan, como los disparos, el horror, la sangre, la muerte... Todos los prematuros cadáveres están bañados del olor de la guadaña. Pero los de las condecoraciones se frotan las manos, su baño será dorado. Hay una muchacha que me mira con los ojos lluviosos: "Mata a los gordos, a los que matan a mi familia. Elimina al horror y la muerte." Me recorre un escalofrío y me silban los oídos, sus palabras aún sugieren más maldad. Intento calmarla: "Si uso mi rifle el mal seré yo, la muerte y el horror". "No es justo". Prosigue. "Y Dios, ¿dónde se halla?" Su voz quebrada me duele, es impotencia. "Los hombres somos libres. Utilizamos la libertad que Dios nos concedió. Deberías preguntarte por el hombre que se cree dios y reparte armas. Por los que las cogen, por los que disparan a sus primos y hermanos... Hay hombres que quieren ser hijastros del demonio. Pregúntate, también, si esta lluvia, estas pesadas gotas, no son las lágrimas de Dios que llora por sus hijos." Ella mira a su alrededor con la cara empapada. Sus rodillas se hunden en el barro y cubre su rostro con sus pequeñas manos.

Triste escucho los sollozos del mundo. Por suerte, la lluvia y el frío han dañado parte de mi munición. No quiero que nadie derrame más lágrimas por algo que puedo evitar.

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