divendres, 1 de juliol del 2011

Como Horacio en el despertar

El sol penetra tímidamente en la estancia. Una luz muy blanca se confunde con las paredes salinas. El vaivén del aire cosquillea las cortinas de lino, dejando ver un mar de primavera cubierto por un cielo azul. Como botones de una blusa, entran volando los pétalos del manzano. Estos perfuman, con juegos de sombras, la estela de luz que van recorriendo. Mientras él, tumbado en su cama, empieza a entreabrir los ojos pesados de tanto soñar. Aquella aroma de vitalidad que se apodera de su cuarto trae consigo recuerdos de los inalcanzables años de la niñez, tan etéreos como la esencia que abraza las flores, o la tibia prisa del viento. Aparta las sábanas sin esfuerzo y, de pie, se acerca al ventanal. Allí siente, y nota, un festín de paz, la luz dibujando su silueta, el Ponente bañándole y mezclándose con su cara. Se esparce el pelo con las manos, deseando congelar el rescoldo y la vida de semejante instante. Musitan, lejos, pájaros con plumaje de melocotón; silban cantos de alegre esperanza, inmiscuidas, las melodías, en boca de los aúllos del temor.
Se reclina y saca la cabeza para absorber con más intensidad el momento. Cuando Apolo empieza a resquemarle la piel, se refugia del sol. Se viste y prepara para la nueva jornada, al mismo tiempo que se despide, con desaliento, de aquel sorbo de abril, de aquel gozo de tranquilidad.

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