Si de la vida me río no es por falta de respeto, sino
para sentir que mi voz está viva, porque el tiempo devora mi carne que se
vuelve, cada día más, del color de la vejez. El velo de la muerte empieza a
cubrirlo todo, mis ojos y mis pasos, a teñir la sangre y a pausar el pulso. El
silencio sustituye a la música y la firmeza al baile. Mas, yo no me resistiré,
porque lo grave e importante ha de fluir con rectitud. Entonces mi voz habrá
cesado, burlona hasta aquel instante, y empezaré a reconocer el auténtico valor
de las palabras. Y entre lamentos y suspiros llenos de frustración querré haber
sido amante del silencio, que dignifica más que las risas; querré haber callado
para dejar hablar a la vida, que no deja de ser otro rostro de lo inmortal,
como la muerte. Porque es en la seriedad donde hay comprensión, y donde las
manos del tiempo conforman una buena senda.
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