Ya poco me queda, parece que el canto de los
riachuelos enmudece, pero aún podrán arrastrarme lejos. Las sombras se alargan
a mi paso, consumiendo la luz que con sus destellos quiere despedazarme.
Apagados los fuegos soy caminante errante bajo una luna fría y desconocida.
Perdido el sentido soy olvido, soy la ola que se hunde en su propia piel, en su
propio mar de miseria. Sin aliento y sin palabras: perdedor desnudo delante la
cruel mirada del destino. Aún no llevo la soledad en mis venas, ni es todavía la
gris neblina que disuelve mi imagen del mundo, pero pronto mis dudas y mi caos
derrumbaran los muros que los limitan en la locura del vivir. ¡Llevadme lejos!
Donde no conozca los campos que flanquean el horizonte, donde los hombres sólo
utilicen el silencio de las palabras, donde el mar no esté sediento de su
tristeza perpetua, donde la ilusión del vivir desaparezca en los tiernos brazos
de la Muerte.
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